Manuel es un portugués de 68 años que llegó hace como unos 50 a Vila Isabel. Tiene un hijo carioca da gema, una nuera pernambucana y, por cosas de la vida, el hijo terminó viviendo en Lisboa.
Manuel tiene la piel blanca y lisa, a pesar de su edad. Lo atribuye a su vida sexual que según él es activa. Ama a su mujer. Y dice que se siente afortunado de que una mujer, luego de tantos años, todavía lo aguante porque los hombres son una mierda para aguantar.
Manuel es corredor de inmuebles y parece que ha estado bebiendo ya hace algunas horas. Se detuvo en nuestra mesa luego de que, casi por 10 minutos, parara su carro en medio de un cruce dónde una señora iba a toda velocidad en una calle, pues llenas de bares. Luego que la señora paró en seco y Manuel también, él no hizo más que pararse e intentar hablar desde dentro de su carro y hacerla entender, desde ahí, que ella estaba mal. La señora solo atinó, al igual que los carros atrás de Manuel, a bocinar sin parar durante todo ese tiempo. La mesa al lado de nosotros, comenzó a gritar como para aumentar la bulla.
Manuel estacionó su carro y fue a hablarnos. Se sentó con nosotros y nos invitó unas cervezas y nos dio su tarjeta diciendo que la próxima vez que nos sentemos a tomar, lo llamáramos. Y hablaba lleno de nostalgia y mandaba cada frase inventada de la cual mis amigos se reían (me imagino que por estar ya empilados...yo acaba de llegar).
Dentro de las risas de mis amigos, paré para pensar en lo que decía Manuel y lo observaba atentamente y me acordé de mi abuelo. Me imaginé a Manuel pasando por tantas aventuras y cómo ahora se las contaba a unos extraños que pensaba que conocía y que se interesaban verdaderamente en lo que les decía.
Me levanté de la mesa y me fui a encontrar con mi amigo en el "barcito" del lado, como lo había planeado en un principio. Lo encontré sentado solo. Me puse a conversar con él sobre algunas cosas aleatorias y luego lo invité a que se uniera a mi grupo en el otro bar. No quiso, porque unas "amigas" suyas llegaron y...bueno pues, tenía planes. Así que regresé con mi grupo de amigos y Manuel ya se había ido y en cambio habían cuatro sujetos que no conocía, que luego reconocí como los chicos que estaban en la mesa del lado. Todos parecían estar entre los 25 y 30. Uno llamó mi atención, pero como siempre, alguien más había llamado la atención de él. Todo bien. Finalmente la idea era pasarla bien con mis amigos.
Conforme pasaba la noche y la cerveza se consumía, un sujeto, que luego se enteraría que no soy brasilera medio que comenzó a hacerse el gracioso. Lo ignoré, pero se esforzaba por llamar la atención, así que se la di. Y así comenzamos con Paulo:
Paulo tiene 30 años. Dice ser bailarín, pero es la ocupación que escoge para hacerse el payaso. Y comienza mostrando "su habilidad" en el baile. La verdad es que sufre mucho porque dice que su mujer lo abandonó y lo separó de su hijo que ahora tiene 8 años. Y lo extraña. Y la extraña. Y habla de cómo pasaron las cosas emocionándose. Al darse cuenta que no me conoce, manda un "FODA-SE" que es como en forma de consuelo para aguantarse las lágrimas.
Paulo tiene la barba mal crecida, el pelo corto y espetado. Una argolla negra del lado izquierdo, un tatuaje en la pantorrilla del mismo lado y fuma como chino en quiebra. Apela mucho a su sentido del humor para contar sus cosas, pero su mirada refleja ese sufrimiento que no puede esconder. Y fue eso lo que la flechó. Y es que todos al final nos queremos creer salvadores de almas perdidas, de almas en sufrimiento, de aquellos que se creen perdidos...
Así somos, ¿no?